Rosalía es una antigua compañera de trabajo. Es del departamento de Recursos Humanos y aunque no nos conocemos mucho, solemos coincidir los viernes por la noche en la Salchicha Peleona, un bar especializado en todo tipo de salchichas que está justo a la vuelta de la calle de la empresa donde trabajamos.
Mientras me comía mi bratswurst picante con mostaza se me acercó Rosalía y me dijo que teníamos que hablar. Me limpié la comisura de los labios con la servilleta y salí a fuera.
Una vez en la terraza, Rosalía se puso seria y me dijo:
-Tengo que pedirte un favor. La próxima semana vendrá mi tía desde Andalucía y va a alojarse en mi casa. Hablando por teléfono me comentó que su sobrino se había quedado viudo y que bueno, quiere presentármelo porque cree que no me vendría mal un novio y tal y cual. El caso es que yo no quiero conocerle y no se me ocurrió otra excusa que decirle que ya tenía novio y claro… si no te importa… ¿podrías hacerte pasar por mi pareja para que no me presente a su sobrino?
-Esto, eh... bueno, no sé… es que…
-Por favor… -me insistió.
-Está bien, me haré pasar por tu novio.
Una semana después, me encontraba cenando en su casa después de haberle dicho a mi novia que teníamos una cena de empresa porque seguramente no le haría mucha gracia que me hiciera pasar por el novio de otra mujer. Como era de esperar, la tía de mi compañera/amiga/pareja o lo que fuera Rosalía entonces, me hizo un interrogatorio sobre lo vivido y por vivir. Cuando acabamos de cenar Rosalía y yo recogimos la mesa y me insistió que me quedara a dormir como una pareja de verdad. Para que no sospechara su tía, acepté y el día siguiente me levanté y me fui antes de que el sol saliera.
Mientras me comía mi bratswurst picante con mostaza se me acercó Rosalía y me dijo que teníamos que hablar. Me limpié la comisura de los labios con la servilleta y salí a fuera.
Una vez en la terraza, Rosalía se puso seria y me dijo:
-Tengo que pedirte un favor. La próxima semana vendrá mi tía desde Andalucía y va a alojarse en mi casa. Hablando por teléfono me comentó que su sobrino se había quedado viudo y que bueno, quiere presentármelo porque cree que no me vendría mal un novio y tal y cual. El caso es que yo no quiero conocerle y no se me ocurrió otra excusa que decirle que ya tenía novio y claro… si no te importa… ¿podrías hacerte pasar por mi pareja para que no me presente a su sobrino?
-Esto, eh... bueno, no sé… es que…
-Por favor… -me insistió.
-Está bien, me haré pasar por tu novio.
Una semana después, me encontraba cenando en su casa después de haberle dicho a mi novia que teníamos una cena de empresa porque seguramente no le haría mucha gracia que me hiciera pasar por el novio de otra mujer. Como era de esperar, la tía de mi compañera/amiga/pareja o lo que fuera Rosalía entonces, me hizo un interrogatorio sobre lo vivido y por vivir. Cuando acabamos de cenar Rosalía y yo recogimos la mesa y me insistió que me quedara a dormir como una pareja de verdad. Para que no sospechara su tía, acepté y el día siguiente me levanté y me fui antes de que el sol saliera.
Cuando llegó
Rosalía a la empresa se dirigió a mí y me dijo que su tía estaba muy enfadada
porque qué clase de novio se va sin haber desayunado juntos siquiera y que eso
no podía volver a ocurrir, a partir de ahora, las tres comidas diarias se
harían en casa los tres juntos.
Durante una
semana estuve haciendo el paripé y las excusas con mi novia, con mi novia real
quiero decir, se me estaban acabando. Pregunté a Rosalía que por cuánto tiempo
más debería “vivir” en su casa, porque ya no me quedaba ropa limpia y
debía volver a mi casa a por ella. Rosalía me contestó que ya me había comprado
ella ropa y que la tenía en “nuestro armario”. Cuando lo abrí, lo vi lleno y me
dijo que su tía había decidido quedarse a vivir en su casa.
Toda la farsa se
agilizó cuando mi novia real me dejó y entonces ya podría disponer de todas las
tardes para ir a pasear en familia o para asistir al cine y al teatro con
Rosalía y su tía.
Su tía me veía
como el novio ejemplar y decidió que nos casaríamos.
-Por mi tía… tú
aceptaste hacerme este favor…
Dos años después
llegaron Laura y Júlia, dos niñas preciosas rubias y de ojos claros.
La tía de
Rosalía estaba contentísima. Mis compañeros de trabajo que no sabían que no
éramos una familia de verdad nos felicitaban y nos regalaban detalles para
nuestras pequeñas. Mis amigos me miraban con pena y se compadecían de mí.
Un día, cuando
llegué cansado del trabajo dispuesto a encontrarme mi cena en la mesa y
esperándome el abrazo de mis hijas, salí del ascensor y me encontré con las
maletas en la puerta.
-Ya está, se ha
acabado.
-¿Qué? Pero…
-Mi tía ha
muerto, has sido muy amable.
-Eh… vaya, lo
siento, pero…
-Gracias por
hacerme este favor.
-¿Y las niñas?
-Ellas ya sabían
que esto acabaría cuando ella muriera, tranquilo.
-Ya bueno pero…
Y cerró la
puerta.