¡Anda mira! Jaja, un arañazo tuyo. Buf, que travieso que has llegado a ser tú ehh... Hasta se me ha quedado una cicatriz. Siempre has sido muy juguetón... bueno, ahora no mucho, pero puedo entenderlo. Me acuerdo del primer día, de cuando empezó todo. En una caja de zapatos. Que monino. Gris y blanco por la barriguita. Y tus ojitos azules traviesos que hacían una mirada picarona y tranquilizante a la vez... Las patitas pequeñas con uñas alargadas y finas. Correteabas de un lado al otro de casa. Investigando cada esquina, descubriendo cada rincón. Desde pequeño has curioseado todo, lo nuevo, y lo viejo. En cuanto veníamos de comprar, asomabas por ahí tu hocico, buscando qué sé yo. Con un sonido de cascabel que nos informaba de tu estancia en cualquier lugar. O tus maullidos de “tengo hambre” o “tengo sed” o “tengo miedo…” Entonces, yo cogía y te espachurraba, te acomodabas en mi falda y te dormías, tan contento, con una carita dulce y entrañable… ¡Son tantas cosas!
Hoy hemos tenido que ir de urgencias a la clínica veterinaria, llevas unos días que no eres tú… Tienen que hacerte más pruebas. Sé que la palabra tumor suena mal y es fea. Y no hablemos de sacrificación... pero tienes que ser fuerte. Tú y yo, los dos. Pase lo que pase, decidamos lo que decidamos, te quiero, te he querido y nunca voy a olvidarte. ¡Charlie, a por todas!