De pequeña me pensaba que lo sabías
todo: cualquier duda o curiosidad que tuviera, tú sabías
explicármela. Yo te decía: “Tú lo sabes todo, ¿no?” y claro, tú
te reías pensando en mi inocencia... Y ahora me doy cuenta de que no
lo sabes todo y de que hay muchas cosas que no entiendes, de echo,
eres tú a veces el que me pregunta a mí.
De pequeña podías cogerme en brazos
si me caía en el parque. Podías acurrucarme en ti para llevarme a
la cama cuando me quedaba dormida en el sofá. Y ahora estoy segura
de que si lo intentas, te hernias, ha ha.
De pequeña hacíamos carreras que
siempre ganabas. Nunca podía pillarte en el pilla pilla y te
burlabas cariñosamente de mí diciendo que eras más rápido,
sin embargo, ahora te gano a pata coja y con los ojos vendados.
De pequeña íbamos a comprar y te
reías de mi rabia hacia el desorden del carro de la compra: debía
guardarlo todo de manera encajada, como si se tratara del juego del
tétrix. En cambio, ahora ya no te acompaño porque me aburro y tengo cosas mejores que hacer.
De pequeña me contabas chistes que me
hacían reír a más no poder. También me decías adivinanzas que
hacían que me rompiera el coco pensando la respuesta. Nunca me
rendía hasta que se me olvidaba la adivinanza y días más tarde me
decías la respuesta.
De pequeña leías conmigo antes de
irme a dormir y me ayudabas con las palabras difíciles. Siempre
cogías libros recomendados para 6 o 7 años pero yo lo cambiaba a
otros libros que me llamaban más la atención, cómo el de H.G.
Wells:
El hombre invisible.
De
pequeña éramos uña y carne y nos dábamos muchísimos abrazos y
besos. Ahora, aunque no te dé tantos y no te diga que te quiero y, a
veces me enfade contigo y te grite o te rechiste, también somos uña
y carne y seguiré contando contigo para lo que necesite.
De pequeña te quería muchísimo y ahora más aún.