21 de gener 2013

Papá


De pequeña me pensaba que lo sabías todo: cualquier duda o curiosidad que tuviera, tú sabías explicármela. Yo te decía: “Tú lo sabes todo, ¿no?” y claro, tú te reías pensando en mi inocencia... Y ahora me doy cuenta de que no lo sabes todo y de que hay muchas cosas que no entiendes, de echo, eres tú a veces el que me pregunta a mí.

De pequeña podías cogerme en brazos si me caía en el parque. Podías acurrucarme en ti para llevarme a la cama cuando me quedaba dormida en el sofá. Y ahora estoy segura de que si lo intentas, te hernias, ha ha.

De pequeña hacíamos carreras que siempre ganabas. Nunca podía pillarte en el pilla pilla y te burlabas cariñosamente de mí diciendo que eras más rápido, sin embargo, ahora te gano a pata coja y con los ojos vendados.

De pequeña íbamos a comprar y te reías de mi rabia hacia el desorden del carro de la compra: debía guardarlo todo de manera encajada, como si se tratara del juego del tétrix. En cambio, ahora ya no te acompaño porque me aburro y tengo cosas mejores que hacer.

De pequeña me contabas chistes que me hacían reír a más no poder. También me decías adivinanzas que hacían que me rompiera el coco pensando la respuesta. Nunca me rendía hasta que se me olvidaba la adivinanza y días más tarde me decías la respuesta.

De pequeña leías conmigo antes de irme a dormir y me ayudabas con las palabras difíciles. Siempre cogías libros recomendados para 6 o 7 años pero yo lo cambiaba a otros libros que me llamaban más la atención, cómo el de H.G. Wells: El hombre invisible.

De pequeña éramos uña y carne y nos dábamos muchísimos abrazos y besos. Ahora, aunque no te dé tantos y no te diga que te quiero y, a veces me enfade contigo y te grite o te rechiste, también somos uña y carne y seguiré contando contigo para lo que necesite.

De pequeña te quería muchísimo y ahora más aún.