27 d’abril 2013

El mar


Miro l’horitzó. Estic ajaguda contemplant el mar. Sóc absent de qualsevol soroll i de qualsevol moviment excepte el de les ones.

El vent bufa, juga amb els meus cabells. La sorra s’escapa de les meves mans, entre els dits. Els vaixells floten pel mantell blau, tranquil. Els mariners fan hola amb la mà. Les gavines volen sobre el meu cap, m’espien des de el cel blau i serè.  Els peixos juguen a fet i amagar. Els rajos de sol abrusen les meves galtes. 

Sento que puc tocar la tranquil·litat amb la punta dels meus dits. La toco, també toco el temps, la calma, la felicitat. Però també la por, l’angoixa, i de lluny, la mort.

L’espera és llarga, però m’agrada. Hi sóc tranquil·la. Fa calor però no m’assedega. Passen els mesos, els dies, les hores,  i jo aquí, t’espero.

Decidida m’endinso al mar. Ballo amb ones. Em submergeixo i m’hi sumo al joc dels peixos. Les gavines ja no em veuen. Els mariners s’allunyen en els seus vaixells.

Em deixo emportar per les onades. Noto com la meva respiració es relaxa. Els batecs del meu cor segueixen el compàs de l’aigua. Poc a poc deixo de formar part de mi per fondre’m amb l’oceà. Som dos, som un.

Em sento relaxada, asserenada, feliç. Acluco els ulls, me’n vaig. Un, dos i tres. Hi era i he marxat.

23 d’abril 2013

San Jorge


Erase una vez un pueblecito llamado Caledón. En él vivía un rey viudo que tenía una hija, Emergilda. Vivían en una casa en las afueras de Caledón. Tenían un rebaño de ovejas y un par de cabras. La cocinera les deleitaba cada día con manjares nuevos y el jardinero les cuidaba las encinas, las acacias y los fresnos. Tenían un perro que les hacía de guardián casero y ladraba a todo aquel desconocido que se acercara a la verja de entrada.

Caledón no era más que veinte casas agrupadas en cuatro calles, una iglesia, un castillo abandonado y una plaza dónde los viejos compartían sus vivencias de la juventud entre ellos y con las palomas. Hacía ya tiempo que en el pueblo residía un dragón. Éste vivía a orillas del río Beniscornia, dónde había un sinfín de cuevas que le protegían de la luz solar del día y de la brisa fría nocturna. Los caledinos habían bautizado al dragón como Galacion y lo trataban como a un habitante más del pueblo: le daban de comer tres veces al día y le limpiaban sus cuevas mensualmente.

Un día, cuando Emergilda fue a darle el desayuno a Galacion, se llevó una gran sorpresa: el dragón había desaparecido. Se disparó la alarma en el pueblo: todo el mundo fue en busca del dragón, se organizaron expediciones de búsqueda cada treinta minutos, se revisaban todos y cada uno de los rincones de las dieciocho cuevas de Galacion, se revolvieron los calabozos del castillo por si se le hubiera ocurrido esconderse ahí, se comunicó la desaparición del dragón a los pueblos vecinos…

Pasaron días y semanas y el pueblo seguía de luto. Ya no tenían cada viernes ese espectáculo pirotécnico que les ofrecía Galacion al que todos los habitantes de Caledón y alrededores asistían. 

Justo el día en el que se cumplían dos meses de su desaparición apareció un caballero elegante y apuesto galopando sobre su frisón. Se acercó a la princesa Emergilda, so caballo, saludo estiloso y refinado y una mala noticia: Galacion había sido secuestrado. Pero también una buena: el distinguido caballero había sido capaz de rescatarlo. La princesa Emergilda se enamoró en el primer momento del joven de nombre Jorge y éste también de ella. 

Todo el pueblo aplaudió al ver llegar a lo lejos a Galacion cojeando y con algún rasguño en el pecho. Galacion se acercó a la princesa y le regaló una rosa que aguantaba con la boca. Estaba cansado y malherido pero no pudo no regalarles a todos sus vecinos el último de sus suspiros píricos. Quedaron encantados, fascinados. Y también quedaron helados al verle desplomarse en el suelo como hoja caduca que cae en otoño. Hoy, 23 de Abril, recordamos su muerte.



22 d’abril 2013

Caricia de letras

No podría describirlo mejor.

"Hay libros que, gota a gota, traspasan la piel. Primero la despiertan con cosquillas, la acarician y después, en una invasión dulce, arrullada por cadencia de las letras, impregnan la epidermis para ir calando hacia el interior. Penetran en el músculo, los órganos, se infilitran en la sangre hasta arñar el alma y dejar la mente empapada en un sinfín de pensamientos.
[...]"

Extracto del artículo de opinión de Emma Riverola en "Dos miradas"

16 d’abril 2013

Zapatos de payaso


Hoy he empezado el día con el pie izquierdo: el despertador ha sonado tarde, no quedaba café, por la radio anunciaban atascos, el jefe me miraría con mala cara y, para colmo, mis zapatos estaban mojados.

En realidad no sólo era hoy. Siempre, por un motivo u otro, mi día acaba patas arriba. Hace tiempo que la vida no me sonríe. Cristina y yo ya no compartimos cama. Ni cama, ni mesa a la hora de comer, ni las llaves del piso. Mi madre tiene alzhéimer, no se acuerda de dónde vivo siquiera. Mi amigo Roberto se fue hace seis meses a trabajar a Noruega como abogado.

Un día, cuando volvía de trabajar, pasé por delante de una nueva tienda de disfraces. Entré por curiosidad y compré unos zapatos de payaso que estaban de oferta. En ese momento no pensé que iban a ser tan importantes en mi vida pero ahora deberíais verme.

Hoy mi día también ha acabado patas arriba pero con muchas más sonrisas por medio. Esta mañana, al levantarme, como no tenía los zapatos en condiciones me he puesto los de payaso. En el metro me han cedido el paso y me miraban ansiosos esperando que hiciera algunos malabares. Por la calle los más pequeños se me han quedado mirando asombrados e ilusionados mientras comunicaban a sus padres la hazaña. En la oficina el jefe me ha mirado con mala cara, sí, pero después ha esbozado una gran sonrisa en cuanto se ha girado. Al mediodía he llevado a comer a mi madre a un restaurante dónde solíamos ir toda la familia. Cuando he llegado  a casa dispuesto a dormir la siesta he recibido un mensaje de Cristina: “Tengo ganas de verte ¿nos vemos mañana? Llámame.” Lo primero que he hecho ha sido llamar a Roberto y después de ponerme al tanto de su vida le he explicado la magia de estos zapatos y me ha respondido: “¡Cómprate la nariz también!”



05 d’abril 2013

Cervells fugats

No els cuidem, s'afebleixen i es trenquen. No els alimentem, s'afamen del saber i s'enfolleixen. Els maltractem, els fem mal i els abandonem. S'avorreixen, s'adormen i s'inunden de pols. Els cranis s'estan buidant d'idees i van quedant muts.

Molt cervells són morts i cal reviure'ls.


Obra: L'intel·lectual





Guanyadora del concurs de microrelats de la fundació Joan Brossa a partir d'una obra  de la exposició “Joan Brossa: Escolteu aquest silenci."


01 d’abril 2013

Poniendo la mesa


Me toca poner la mesa: cuatro tenedores, cuatro cuchillos, cuatro vasos, pan, servilletas, agua, ketchup y alioli. Lo he cogido todo a la vez de la cocina acordándome del dicho quién mucho abarca poco aprieta y temiendo la precipitación de todo lo que llevaba. Haciendo un poco de malabarismos he conseguido que todo llegara sano y salvo a la mesa.

He doblado cuatro servilletas cuadradas por la mitad formando cuatro triángulos y las he puesto en los cuatro sitios con la punta apuntando hacia fuera, como debe ser. Después he colocado los cubiertos: mi padre y yo usamos cubiertos diferentes porque nos gustan más –los nuestros también son diferentes entre sí. Esta vez no le he puesto sus cubiertos para rabiarle (he, he). Los tenedores en el lado de dentro y los cuchillos mirando hacia el plato. De los cuatro vasos, dos me transmiten un aire más femenino y, como es lógico, me pongo uno de ellos y el otro a mi madre. El pan en el sitio de siempre, el agua en el centro y los condimentos al lado del agua. Todo listo para comer.

Aún quedaban unos minutos para servir la comida así que me he sentado en el sofá y a mi padre no le ha faltado tiempo para reponer la mesa: ha cambiado la dirección de las servilletas de fuera a dentro, ha invertido los cubiertos, ha cambiado el vaso de mi madre por el de mi hermano (parece ser que a él no le transmite el mismo aire femenino que a mí) y el pan lo ha cambiado de lado. Todo mi yo ha empezado a llenarse de rabia debido al desorden de la mesa*.

¡A comeeeeer! Nos hemos sentado dispuestos a comer y…
-Laura, ¿me cambias el cuchillo?
-¿?¿?¿?¿?
-Éste es de sierra –con un tono persuasivo.

¡Ha ha ha! Yo me río disimuladamente, victoriosa.

Mi madre se lo ha cambiado y ahora él, orgulloso y contento, se come la butifarra partida por la mitad porque así parece que come más, dice.

¡Qué aproveche!




*Parece ser que he heredado el perfeccionismo (no perfección) de mi padre… me alegro de no haber heredado muchas cosas más… ;-D