16 d’abril 2013

Zapatos de payaso


Hoy he empezado el día con el pie izquierdo: el despertador ha sonado tarde, no quedaba café, por la radio anunciaban atascos, el jefe me miraría con mala cara y, para colmo, mis zapatos estaban mojados.

En realidad no sólo era hoy. Siempre, por un motivo u otro, mi día acaba patas arriba. Hace tiempo que la vida no me sonríe. Cristina y yo ya no compartimos cama. Ni cama, ni mesa a la hora de comer, ni las llaves del piso. Mi madre tiene alzhéimer, no se acuerda de dónde vivo siquiera. Mi amigo Roberto se fue hace seis meses a trabajar a Noruega como abogado.

Un día, cuando volvía de trabajar, pasé por delante de una nueva tienda de disfraces. Entré por curiosidad y compré unos zapatos de payaso que estaban de oferta. En ese momento no pensé que iban a ser tan importantes en mi vida pero ahora deberíais verme.

Hoy mi día también ha acabado patas arriba pero con muchas más sonrisas por medio. Esta mañana, al levantarme, como no tenía los zapatos en condiciones me he puesto los de payaso. En el metro me han cedido el paso y me miraban ansiosos esperando que hiciera algunos malabares. Por la calle los más pequeños se me han quedado mirando asombrados e ilusionados mientras comunicaban a sus padres la hazaña. En la oficina el jefe me ha mirado con mala cara, sí, pero después ha esbozado una gran sonrisa en cuanto se ha girado. Al mediodía he llevado a comer a mi madre a un restaurante dónde solíamos ir toda la familia. Cuando he llegado  a casa dispuesto a dormir la siesta he recibido un mensaje de Cristina: “Tengo ganas de verte ¿nos vemos mañana? Llámame.” Lo primero que he hecho ha sido llamar a Roberto y después de ponerme al tanto de su vida le he explicado la magia de estos zapatos y me ha respondido: “¡Cómprate la nariz también!”