Hoy
he empezado el día con el pie izquierdo: el despertador ha sonado tarde, no
quedaba café, por la radio anunciaban atascos, el jefe me miraría con mala cara
y, para colmo, mis zapatos estaban mojados.
En
realidad no sólo era hoy. Siempre, por un motivo u otro, mi día acaba patas
arriba. Hace tiempo que la vida no me sonríe. Cristina y yo ya no compartimos
cama. Ni cama, ni mesa a la hora de comer, ni las llaves del piso. Mi madre
tiene alzhéimer, no se acuerda de dónde vivo siquiera. Mi amigo Roberto se fue
hace seis meses a trabajar a Noruega como abogado.
Un
día, cuando volvía de trabajar, pasé por delante de una nueva tienda de
disfraces. Entré por curiosidad y compré unos zapatos de payaso que estaban de
oferta. En ese momento no pensé que iban a ser tan importantes en mi vida pero
ahora deberíais verme.
Hoy
mi día también ha acabado patas arriba pero con muchas más sonrisas por medio.
Esta mañana, al levantarme, como no tenía los zapatos en condiciones me he
puesto los de payaso. En el metro me han cedido el paso y me miraban ansiosos
esperando que hiciera algunos malabares. Por la calle los más pequeños se me han
quedado mirando asombrados e ilusionados mientras comunicaban a sus padres la
hazaña. En la oficina el jefe me ha mirado con mala cara, sí, pero después ha
esbozado una gran sonrisa en cuanto se ha girado. Al mediodía he llevado a
comer a mi madre a un restaurante dónde solíamos ir toda la familia. Cuando he
llegado a casa dispuesto a dormir la
siesta he recibido un mensaje de Cristina: “Tengo ganas de verte ¿nos vemos
mañana? Llámame.” Lo primero que he hecho ha sido llamar a Roberto y después de
ponerme al tanto de su vida le he explicado la magia de estos zapatos y me ha
respondido: “¡Cómprate la nariz también!”
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada