Hay días en que los problemas,
como cuentas de rosario, se ciñen a la
garganta, anudan las palabras y ciegan
la mirada. Son días en los que pensar en el futuro
duele tanto que nubla la facultad de
razonar; días en los que la línea del horizonte
no se vislumbra, tan solo un trazo negro
sobre un fondo negro. Son días que, para
demasiadas personas, se han convertido
en semanas, meses, años incluso. Es el
tiempo en qué la desesperación se lanza por la ventana delante de
la inminencia de un desahucio en qué las facturas impagadas enredan
un laberinto sin salida, en qué se cuenta por horas el momento de
bajar la persiana... Adiós a las ilusiones, adiós a los sueños.
Mirar a los hijos también duele. Porqué crece el temor de no poder
ofrecer nada del que un día fue imaginado y que esto acabe siendo un
pozo insaciable que lo engulla todo. I entonces, cuando domina la
inquietud, cuando atormenta a un pasado que se escapó. La tristeza
amenaza de convertirse en la única compañía. La depresión aumenta
a medida que se ennegrece el futuro, que crece la impotencia, que se
dispara la angustia. Las calles engalanadas gritando al consumo de
vuelven una burla para aquello que teme que el asfalto sea su última
estación. Sólo queda pensar en el presente. Enlazar una cuerda de
salvamento hecha del día a día. Libre del pasado y de un futuro que
aún no existe. Puede que así, libres del miedo, podremos pintar un
futuro de esperanza.
Emma Riverola, El Periódico de Cataluña 11/12/2012
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